sábado, 30 de julio de 2011

un ser humano es parte de un todo al que llamamos universo; una parte limitada en tiempo y espacio. se experimenta a si mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto - una suerte de ilusión óptica de su conciencia. esta falsa ilusión es para nosotros una especie de prisión, nos limita a nuestros deseos personales y al afecto que sentimos por nuestros allegados. nuestra tarea debe ser liberarnos de esta cárcel ampliando nuestro círculo de compasión, de modo que abarque a todos los seres vivos y la naturaleza en todo su esplendor...

albert einstein

génie sur les eaux, de odilon redon (1878 )

sábado, 16 de julio de 2011

... haber creído ver a la maga era menos amargo que la certidumbre de que un deseo incontrolable la había arrancado del fondo de eso que definían como subconciencia y proyectado contra la silueta de cualquiera de las mujeres de a bordo. hasta ese momento había creído que podía permitirse el lujo de recordar melancólicamente ciertas cosas, evocar a su hora y en la atmósfera adecuada determinadas historias, poniéndoles fin con la misma tranquilidad con que aplastaba el pucho en el cenicero. cuando traveler le presentó a talita en el puerto, tan ridícula con ese gato en la canasta y un aire entre amable y alida valli, volvió a sentir que ciertas remotas semejanzas condensaban bruscamente un falso parecido total, como si de su memoria aparentemente tan bien compartimentada se arrancara de golpe un ectoplasma capaz de habitar y completar otro cuerpo y otra cara, de mirarlo desde fuera con una mirada que él había creído reservada para siempre a los recuerdos. en las semanas que siguieron, arrasadas por la abnegación irresistible de gekrepten y el aprendizaje del difícil arte de vender cortes de casimir de puerta en puerta, le sobraron vasos de cerveza y etapas en los bancos de las plazas para disecar episodios. las indagaciones en el cerro habían tenido el aire exterior de un descargo de conciencia: encontrar, tratar de explicarse, decir adiós para siempre. esa tendencia del hombre a terminar limpiamente lo que hace, sin dejar hilachas colgando. ahora se daba cuenta (una sombra saliendo detrás de un ventilador, una mujer con un gato) que no había ido por eso al cerro. la psicología analítica lo irritaba, pero era cierto: no había ido por eso al cerro. de golpe era un pozo cayendo infinitamente en sí mismo. irónicamente se apostrofaba en plena plaza del congreso: «¿y a esto le llamabas búsqueda? ¿te creías libre? ¿cómo era aquello de heráclito? a ver, repetí los grados de la liberación, para que me ría un poco. pero si estás en el fondo del embudo, hermano.» le hubiera gustado saberse irreparablemente envilecido por su descubrimiento, pero lo inquietaba una vaga satisfacción a la altura del estómago, esa respuesta felina de contentamiento que da el cuerpo cuando se ríe de las hinquietudes del hespíritu Y se acurruca cómodamente entre sus costillas, su barriga y la planta de sus pies. lo malo era que en el fondo él estaba bastante contento de sentirse así, de no haber vuelto, de estar siempre de ida aunque no supiera adónde. por encima de ese contento lo quemaba como una desesperación del entendimiento a secas, un reclamo de algo que hubiera querido encarnarse y que ese contento vegetativo rechazaba pachorriento, mantenía a distancia. por momentos oliveira asistía como espectador a esa discordia, sin querer tomar partido, socarronamente imparcial. así vinieron el circo, las mateadas en el patio de don crespo, los tangos de traveler, en todos esos espejos oliveira se miraba de reojo. hasta escribió notas sueltas en un cuaderno que gekrepten guardaba amorosamente en el cajón de la cómoda sin atreverse a leer. despacio se fue dando cuenta de que la visita al cerro había estado bien, precisamente porque se había fundado en otras razones que las supuestas. saberse enamorado de la maga no era un fracaso ni una fijación en un orden caduco; un amor que podía prescindir de su objeto, que en la nada encontraba su alimento, se sumaba quizá a otras fuerzas, las articulaba y las fundía en un impulso que destruiría alguna vez ese contento visceral del cuerpo hinchado de cerveza y papas fritas. todas esas palabras que usaba para llenar el cuaderno entre grandes manotazos al aire y silbidos chirriantes, lo hacían reír una barbaridad. traveler acababa asomándose a la ventana para pedirle que se callara un poco. pero otras veces oliveira encontraba cierta paz en las ocupaciones manuales, como enderezar clavos o deshacer un hilo sisal para construir con sus fibras un delicado laberinto que pegaba contra la pantalla de la lámpara y que gekrepten calificaba de elegante. tal vez el amor fuera el enriquecimiento más alto, un dador de ser; pero sólo malográndolo se podía evitar su efecto bumerang, dejarlo correr al olvido y sostenerse, otra vez solo, en ese nuevo peldaño de realidad abierta y porosa. matar el objeto amado, esa vieja sospecha del hombre, era el precio de no detenerse en la escala, así como la súplica de fausto al instante que pasaba no podía tener sentido si a la vez no se lo abandonaba como se posa en la mesa la copa vacía. y cosas por el estilo, y mate amargo. hubiera sido tan fácil organizar un esquema coherente, un orden de pensamiento y de vida, una armonía. bastaba la hipocresía de siempre, elevar el pasado a valor de experiencia, sacar partido de las arrugas de la cara, del aire vivido que hay en las sonrisas o los silencios de más de cuarenta años. después uno se ponía un traje azul, se peinaba las sienes plateadas y entraba en las exposiciones de pintura, en la sade y en el richmond, reconciliado con el mundo. un escepticismo discreto, un aire de estar de vuelta, un ingreso cadencioso en la madurez, en el matrimonio, en el sermón paterno a la hora del asado o de la libreta de clasificaciones insatisfactoria. te lo digo porque yo he vivido mucho. yo que he viajado. cuando yo era muchacho. son todas iguales, te lo digo yo. te hablo por experiencia, m’hijo. vos todavía no conocés la vida. y todo eso tan ridículo y gregario podía ser peor todavía en otros planos, en la meditación siempre amenazada por los idola fori, las palabras que falsean las intuiciones, las petrificaciones simplificantes, los cansancios en que lentamente se va sacando del bolsillo del chaleco la bandera de la rendición. podía ocurrir que la traición se consumara en una perfecta soledad, sin testigos ni cómplices: mano a mano, creyéndose más allá de los compromisos personales y los dramas de los sentidos, más allá de la tortura ética de saberse ligado a una raza o por lo menos a un pueblo y una lengua. en la más completa libertad aparente, sin tener que rendir cuentas a nadie, abandonar la partida, salir de la encrucijada y meterse por cualquiera de los caminos de la circunstancia, proclamándolo el necesario o el único. la maga era uno de esos caminos, la literatura era otro (quemar inmediatamente el cuaderno aunque gekrepten se re-tor-cie-ra las manos), la fiaca era otro, y la meditación al soberano cuete era otro. parado delante de una pizzería de corrientes al mil trescientos, oliveira se hacía las grandes preguntas: «entonces, ¿hay que quedarse como el cubo de la rueda en mitad de la encrucijada? ¿de que sirve saber o creer saber que cada camino es falso si no lo caminamos con un propósito que ya no sea el camino mismo? no somos buda, che, aquí no hay árboles donde sentarse en la postura del loto. viene un cana y te hace la boleta.» ...


julio cortazar. de rayuela, 1963



canción-bandera

viernes, 8 de julio de 2011

«¿es posible, sin embargo, que ocurra así? –se decía–. ¿es posible que esta criatura que conserva todavía la pureza del alma termine por hundirse deliberadamente en el fango? ¿no ha dado ya el primer paso? y si ha podido soportar semejante vida, ¿no es porque el vicio ha perdido ya para ella su horror? ¡no! ¡es imposible! –exclamaba para sí como poco antes había exclamado ante sonia–: ¡no, lo que hasta este momento le impidió suicidarse es el temor a cometer un pecado y el interés que «ellos» le inspiran…! y si no se ha vuelto loca… pero ¿quién dice que no lo esté? ¿goza acaso de todas sus facultades? ¿puede ir uno a la perdición con esa tranquilidad y cerrar los oídos a las advertencias? ¿espera tal vez un milagro? indudablemente. ¿no son éstos claros indicios de enajenación mental?»
se detenía obstinadamente en esta idea. sonia está loca. tal perspectiva le desagradaba menos que las demás. y empezó a examinar atentamente a la joven.
–¿rezas mucho, sonia? –le preguntó.
la joven guardaba silencio; raskolnikov, de pie a su lado, esperaba la respuesta.
–¿qué sería de mi sin dios? –dijo ella en voz baja pero enérgica, con sus ojos brillantes, y estrechándole fuertemente la mano.
«vaya, no me engañaba». se dijo para sí, y añadió, dirigiéndose a sonia para aclarar sus dudas:
–pero, ¿qué es lo que dios ha hecho por ti?
sonia permaneció en silencio, como si no se hallase en estado de responder. la emoción henchía su débil pecho.
–¡cállese! ¡no me pregunte! usted no tiene derecho…–exclamó de pronto, mirándole encolerizada.
«¡eso está bien!», pensó raskolnikov.
–¡dios lo puede todo! –murmuró ella rápidamente, volviendo a mirar al suelo.
«¡he aquí el recurso! ¡ya encontró la explicación!», concluyó él mentalmente y mirando a sonia con ávida curiosidad.
experimentaba una sensación nueva, extraña, casi insana, al contemplar aquella carita pálida, demacrada, angulosa, aquellos ojos azules y dulces que podían despedir tanto fuego y expresar una pasión tan vehemente, y aquel cuerpecito que temblaba de indignación y de cólera; todo aquello le parecía cada vez más extraño, casi fantástico.
«¡está loca, loca!», se repetía para sí.
sobre la cómoda había un libro. raskolnikov se había fijado varias veces en él en sus idas y venidas por la habitación. por fin lo cogió y lo examinó. era una traducción rusa del nuevo testamento, un libro antiguo encuadernado en piel.
–¿quién te ha dado esto? –le gritó a sonia desde un extremo de la habitación.
la joven continuaba en el mismo sitio, a tres pasos de la mesa.
–me lo han prestado –respondió ella como a su pesar y sin mirar a raskolnikov.
–¿quién te lo ha prestado?
–isabel; se lo pedí yo.
«¡isabel! ¡qué extraño!», pensó él.
todo lo que se refería a sonia adquiría por momentos un aspecto más extraordinario. se acercó a la luz con el libro y empezó a hojearlo.
–¿dónde está lo de lázaro? –preguntó bruscamente.
sonia, con los ojos obstinadamente clavados en el suelo, guardó silencio; se había apartado ligeramente de la mesa.
–¿dónde está la resurrección de lázaro? búscamela, sonia.
la joven miró de soslayo a su interlocutor.
–no está por ahí…, está en el cuarto evangelio… –dijo secamente y sin moverse del sitio.
–busca ese pasaje y léemelo –dijo.
luego tomó asiento, se puso de codos en la mesa, apoyó la cabeza en la mano y mirando de soslayo se dispuso a escuchar con aire sombrío.
sonia vaciló antes de acercarse a la mesa. el extraño deseo expresado por raskolnikov parecía poco sincero. sin embargo, tomó el libro.
–¿acaso no lo ha leído usted? –le preguntó sonia, mirándole de reojo.
su tono se hacía cada vez más duro.
–hace tiempo…, cuando era niño. ¡lee!
–¿no lo ha oído usted en la iglesia?
–no…, no voy nunca a ella. ¿vas tú con frecuencia?
–no –balbuceó sonia.
raskolnikov sonrió.
–comprendo… entonces, ¿no asistirás mañana a las exequias de tu padre?
–sí. la semana pasada fui también a la iglesia… asistí a una misa de requiem.
–¿por quién?
–por isabel. la mataron a hachazos.
los nervios de raskolnikov estaban cada vez más irritados. empezaba a darle vueltas la cabeza.
–¿tenías amistad con isabel?
–sí…, era buena…, venía a mi casa… raras veces…, no podía hacerlo con facilidad. leíamos juntas algunas cosas y… charlábamos. ahora ve a dios.
raskolnikov se quedó pensativo. ¿qué misteriosas conversaciones podían mantener aquellas dos idiotas de sonia e isabel?
«¡yo mismo me volvería loco en esta habitación! ¡aquí se respira locura!», pensó.
sonia continuaba vacilando. su corazón latía con violencia. parecía como si tuviera miedo de leer. raskolnikov miró con una expresión casi dolorosa «a la pobre alienada».
–¿qué puede importarle eso, si usted no cree…? –murmuró con voz sofocada.
–¡lee, lo deseo! –insistió–. ¿no le leías a isabel?
sonia abrió el libro y buscó el pasaje. sus dos manos temblaban, la voz se detenía en su garganta. intentó leer dos veces y no pudo articular ni una sílaba.
–«cierto lázaro, de betania, estaba enfermo…» –comenzó al fin, haciendo un esfuerzo, pero de repente, a la tercera palabra, su voz se hizo sibilante y quebróse como una cuerda demasiado tensa. su oprimido pecho estaba falto de aliento.
raskolnikov se explicaba en parte la vacilación de sonia en obedecerle, y, a medida que la comprendía mejor, reclamaba imperiosamente la lectura. se daba cuenta del trabajo que le costaba a la joven abrirle en cualquier forma su mundo interior.
evidentemente, ella no podía determinarse sin trabajo a hacerle la confidencia de unos sentimientos que tal vez desde su adolescencia la habían sostenido, que habían sido su viático moral, cuando entre un padre borracho y una madrastra enloquecida por la desgracia, entre unos niños hambrientos, no oía más que reproches y clamores injuriosos. raskolnikov veía todo aquello, pero también veía que, a pesar de aquella repugnancia, ella tenía grandes deseos de leer, de leer para «él», sobre todo «ahora», «aunque pasara lo que fuera después»… los ojos de la joven, la agitación de que ella era presa se lo dijeron… por un violento esfuerzo sobre sí misma, sonia logró dominar el espasmo que le oprimía la garganta y continuó leyendo el capítulo once del evangelio según san juan...



fiódor dostoyevski. de crimen y castigo, 1866

miércoles, 6 de julio de 2011

borde

en el corazón de la selva peruana existe una ciudad llamada iquitos que está rodeada por tres ríos, como una isla en medio del bosque. desde su fundación, como puerto fluvial estratégico en el río amazonas, esta ciudad lleva la marca de una relación extrema con la naturaleza: vive gracias a ella pero la depreda, la ama y la contamina a la vez. la armonía inicial que nos hacía asociar estas tierras a la palabra paraíso, ahora es un lugar escondido que se aleja cada día más. ¿qué queda en su lugar? no una orilla, sino una grieta entre el hombre y la naturaleza, entre la ciudad y el amazonas: frontera incierta, territorio mágico y voráz.

(trabajo colectivo de supay)