lunes, 18 de junio de 2012


los meses y los días son viajeros de la eternidad. el año que se va y el que viene también son viajeros. para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. a mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso shirakawa y llegar a oku cuando la niebla cubre cielo y campos. todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. la idea de la luna en la isla de matsushima llenaba todas mis horas. cedí mi cabaña y me fui a la casa de sampu, para esperar ahí el día de la salida. en uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho estrofas. la primera decía así:

otros ahora
en mi choza - mañana
casa de muñecas

matsuo bashō. de las sendas de oku, 1694

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